Ya hemos enseñado a nuestros alumnos siguiendo un diseño
instructivo (nuestro o ajeno) y hemos ejercido nuestra acción tutorial. Ahora
bien, ¿el diseño ha sido bueno? ¿hemos enseñado bien? ¿el alumno ha visto
cumplidas sus expectativas, ha aprendido?.
Si hablamos de enseñanza de calidad, tenemos que hablar de evaluación. Y
cuando hablamos de evaluación no nos referimos simplemente al exámen al que se
somete al alumno a la finalización de un curso, nos referimos a un concepto
mucho más amplio, a la evaluación del proceso de aprendizaje.
Este proceso de evaluación y control de la calidad del
proceso de aprendizaje debe de abarcar el diseño instructivo del curso, su
desarrollo y la adquisición de competencias por parte del estudiante. Y no es
una tarea sencilla. Es un proceso que debe de estar basado en unos indicadores
adaptados a cada proceso formativo, y que debe ser coherente con la UD y con la
guía del alumno. Es muy importante también equilibrar las ponderaciones con los
objetivos o capacidades terminales. Y por supuesto tiene que ser un proceso
objetivo y justo en el que se trata no sólo de calificar al alumno,
si no de orientarle a través de la calificación.
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